7 de mayo
Ni yo me lo creo y mira que a diario voy escribiendo todos los días que van pasando en mi libro. Hoy desde mi mat de Yoga. Ha sido una mañana diferente, como si no lo fuera cada mañana que pasa. Quizás esta haya sido notablemente distinta porque me he despertado con la energía que suelo usar para salir de la cama sin entorpecimientos e irme a entrenar con dembow turbio de fondo, algo más ausente. Como resultado, he sacado mi esterilla al salón, me he tumbado boca arriba con las manos en el abdomen, y me he puesto a hacer mi actividad favorita: no-meditar.
Creo que nunca os había hablado de esto, pero en el orden de cosas que me encanta hacer y que privilegiadamente hago siempre que quiero, que me desintegre el Sol y la no-meditación son las que presiden y cierran la lista.
Os lo voy a intentar explicar de la mejor forma. Esta ida de olla la reproduzco con frecuencia para sobrellevar momentos de mi realidad que me abruman, aka; para intentar dormir mi ansiedad aleatoria por unos instantes. No-meditar, no es más que intencionalmente prepararte para hacerlo, pero acabar ejecutando todo lo contrario.
Intento buscar un lugar tranquilo, a poder ser sin luz (no a oscuras, pero sin luz directa), donde el suelo sea apetecible y esté lo suficientemente limpio como para dejarme caer en él. Me gusta estar en el suelo, sentada, tumbada o como más sea que se puede estar, ¿a alguien más?
Anyway, cuando esas cosas están check, simplemente me sitúo ahí, cierro los ojos y, ¡ah! Importantísimo: la banda sonora.
Antes de que empiece la fiesta, hago una selección de algunas canciones que en ese momento, ese día y con el mood en concreto que sea que tenga, encajan para proceder al acting. Normalmente es cuando escucho música (no la del dembow turbio) que me inspiro a hacerlo, creo que ese suele ser más el orden, y no el contrario.
Suena una canción y de repente digo: Esto es.
Hay algo que me llega a nosequé parte del cerebro y que me conecta con una emoción en la que quiero permanecer. Esto se lee rarísimo, yo lo sé, pero es como la sensación que teníais cuando era viernes, acababais de comer en casa de vuestros abuelos después del cole y, relajadas en el salón o en la terraza, os tomabais un helado sin pensar en nada más que en él: “Hasta el lunes no vuelvo y este fin de semana me voy a divertir porque no tengo nada que hacer¿?”. Pues es como si de golpe esa misma sensación envolvente se apoderara de mí y yo necesitara retenerla.
-Tengo que buscar un nombre para describir ese fenómeno que te conecta con el placer de sostener un recuerdo en el que la sensación envolvente te hacía estar tan presente que ahora, desbloqueando algunas teclas, eres también capaz de recuperar y de experimentar nuevamente.-
A veces eso me lo desencadena una canción, y acto seguido prosigo al protocolo de la no-meditación. Recapitulemos:
-Lugar tenue, a poder ser en interior
-Luz indirecta
-Suelo limpio
-Ropa cómoda, a veces unas bragas son la mejor opción
-La puerta cerrada porque igual si te ven en bragas y en el suelo, alguien puede interrumpirte preocupándose por tu estado
-Cascos y dos o tres canciones que en ese momento puedan ser la perfecta banda sonora para sostener la que sea tu sensación
Y listo.
Una vez que todas esas cosas están en marcha, me tumbo, cierro los ojos y me voy. Y me voy literalmente a Júpiter.
Lo llamo no-meditación porque es exactamente todo lo contrario a no poner tu atención en ningún pensamiento. En ese momento mis ojos se apagan y mi mente, y todo lo que le apetezca pasar por ella y en ella se activan. Es como si de repente se cerraran las cortinas y para todo lo que hay tras el telón comenzara la vida.
Este “ejercicio/viaje astral” no es más que un momento en el que visualizo lo que sea que me apetezca con la finalidad de sentir que estoy en ello, que está pasando y que es verdad.
Me he ido de viaje, he pasado noches bailando hasta que los pies han dicho hasta aquí en la orilla de una playa caribeña, con salsa de fondo y un grupo de músicos y de gente desconocidamente encantadora formando parte de la escena. He posado en miles de alfombras rojas en trajes impresionantes, podría describir en detalle cada uno de los looks, cómo estaba mi pelo, a qué olía mi piel y la mano de a quién agarraba. He pasado días en un pijama de algodón blanco en mi casa con paredes del S.XVII y suelo de microcemento en Roma, he diseñado un ático en Madrid en el que transitaba felizmente unos años de mi vida mientras dirigía algo importante en lo que tenía muchas responsabilidades y a la vez muchas libertades. He ganado premios gracias a lo que han significado mis palabras, he hablado en público, he hablado con mucho público, he abrazado a personas que se emocionaban con mis libros en sus manos. He viajado a Egipto con el móvil en modo avión, me he enamorado otra vez y ha sido precioso, divertidísimo y condicional. He estado con mis nietos compartiendo mis historias en el jardín lleno de jazmines y presidido por una preciosa fuente marmolada en Mallorca. He hecho millones de cosas más de las que podría escribir horas y con las que seguiré fantaseando de por vida, y sí, las he hecho ya.
Nunca había escrito de esto, creo que nunca me había parado ni a pensarlo y ahora que sale a la realidad, me emociona incluso más. Parece que todo esto ha pasado. Me gusta pensar que de alguna forma así es, imagino que, que se pose en tu mente ya lo hace existencial.
Me pregunto cuánta de nuestra intimidad se queda en nuestras fantasías, y cómo de poderoso puede ser dejarlo caer en un plano en el que pierde el sentido, en el que parece que no hay compatibilidad. ¿Os imagináis que algo de eso de repente pasa? La idea de que estas ocurrencias sucedan en mi cabeza está muy alejada de la motivación por que cumplan. Diría que nada tiene que ver. No son deseos, son simplemente escenarios que, de alguna forma, se sienten naturales y verdad, pero sobre los que actúo como espectadora, nada más. Todas esas pequeñas historias pasan por mi cabeza porque precisamente saben que es en el único lugar en el que podrán pasar. Como quien se imagina ganando un Grammy cuando no sabe ni entonar un “La”.
Sin duda, si algo se me da bien es dejar que mi mente me lleve hacia sitios en los que la vida que ahora protagonizo a veces me dificulta estar. Os animo a que lo hagáis, suena loco, lo sé, pero más loco suena no poder experimentarlo nunca jamás.
La próxima vez que lo que estés viviendo te abrume, recuerda: ¿para qué ibas a dejar tu mente en blanco pudiéndola llenar de todas esas cosas que ahora solo en tu mente, pero que, quién sabe si en un futuro, podrás ver, oler y tocar?