Desde que tengo uso de razón llevo queriendo cambiar cosas en mi vida. Esto no es sorpresa para nadie, haciendo algo de perspectiva y viendo los años en los que he sido capaz de ser dentro de mis posibilidades, en todos ha habido una ruta distinta.
Cambio.
Si tengo que escoger una de todas las palabras que puede que me resuman hasta ahora, sería esa. Pese a ello, no siempre he estado en paz con esa realidad, es más, diría que ha sido todo lo contrario.
¿Qué le pasa a la gente con los cambios?
Juzgamos porque no sabemos que se puede tratar lo desconocido desde otro lugar, pero es que aún así, la gente en algún momento aprendió a juzgar y yo ahí me pregunto: ¿a caso de todas las opciones que había de formatos en los que aplicar el criterio a algo externo, elegir el del juicio ponderaba doble?
Juzgamos antes de hablar, y esa es una de las sensaciones más absolutas dentro del grupo de aspectos que conforman la verdad del ser humano. Que entre quien quiera al debate, tengo más municiones en calidad de ejemplo de las que me gustaría.
Lo juzgamos todo porque no tenemos ni idea de que con ello se pueden hacer muchas otras cosas más.
Podemos escuchar,
podemos demostrar curiosidad,
podemos mostrar o no conformidad,
podemos simplemente aludir,
podemos emocionarnos por ello,
podemos mostrar lamentación y condolencia,
podemos expresar desconocimiento,
podemos hacer tantas cosas
que de verdad me parece de torpe responder siempre señalando con el dedo.
Lo veo a menudo y más que verlo, lo huelo a lo lejos.
Muchas veces me he preguntado si juzgar es la única forma que algunos tienen de construir su historia, me explico: cuando el ser humano carece de grandes recursos vivenciales, intelectuales y expresivos, actúa desde un lugar bastante… sombrío, por así decirlo. Es normal, carecer de esas cualidades debe ser inconscientemente frustrante para cualquiera, pero hay quienes ante esa frustración no indagan más allá y van construyendo como si los cimientos desde los que viven fueran los más resistentes que hubiera.
Lamento compartiros que bajo mi humilde y cambiante experiencia, o eres tremendamente infeliz pretendiendo indiferencia, o bien en algún momento se caerá tu palacio y tu te sorprenderás mientras ves que lo que se desploman son miles y miles de ladrillos de ego y resistencia.
El ego es una herramienta útil, pero pretender que sea arena y arcilla, es más bien un pensamiento opuesto. A veces siento que pensar así sobre hechos o consecuencias que veo me aleja de la visión y de la realidad de muchos, después vuelvo a mi habitación, pongo incienso y me imagino como en un cuento:
“-Me rodean amapolas y yo camino descalza,
piso hierbas, piso piedras, y me poso sobre la nada.
Mis ojos contemplan,
no miran,
no buscan,
tan solo se pausan sobre un horizonte que con suavidad los acurruca,
y de vez en cuando, la sensación de soledad es inmensa,
pero es una soledad inmensamente perfecta.
A ratos lamentos intermitentes suenan
y yo con curiosidad me acerco.
Tan solo intuyo,
me niego a verlo,
pero sé que otro castillo de arena y barro ha caído al suelo
mientras tanto yo sigo pisando en casa
y andándole al silencio.”
El ego nos aleja tanto como nos acerca, nos permite ser personajes dentro de nosotras mismas, y a la vez deja que nos conjuguemos desde esa versión con el otro. Y la vida es graciosa cuando pasa eso. Deja de serlo cuando aparecen realidades construidas de diferente forma a como lo está esa en la que surge tu juicio al otro, por el mero hecho de no ser similar a la tuya.
Es una pena que la diferencia nos aleje, cuando al menos yo siento que es la manera más humana de conectar. Si yo no sé de muros y tú no sabes de plantas, las dos tenemos cosas contrarias sobre las que poder despertar nuestra curiosidad.
Y eso es bonito,
pero también es un reto si sientes que no hay nada en lo diferente que te pueda aportar. En eso reside el cambio, en mostrarte abierta a lo que desconoces, en sentarte al lado y sencillamente observar, sin llevártelo a ti, no tiene porqué ser tuyo.
Hay quienes viven sin rumbo y sin hogar sintiéndose con la magnitud por la que tú luchas a diario creyendo que solo la sentirás cuando consigas sostener en pie tu castillo ideal.
Pregúntate si lo que construyes te acerca a ti para acercarte a los demás, o te acerca a ti para seguir alimentando un ego cuya naturaleza inevitablemente necesitará juzgar.