Quiero empezar este espacio justificando que muy probablemente todo lo que salga de aquí esté influenciado por la situación astrológica que estoy atravesando, mucho tiempo de reflexión e introspección y mi fijación obsesiva por las relaciones, el amor y por lo fascinante que me parece esa faceta del ser humano (bien o mal ejecutada).
¿Cuándo hay amor?
Durante mi experiencia vital, he podido ir transformando el concepto de amor tal y como en su momento me lo inculcaron, de hecho puede que ese concepto nunca se llegara a consolidar o a aplicar porque las cosas en mi casa no eran tan cariñosas y envolventes como me hubieran gustado. Mis padres apenas se abrazaban, las discusiones reinaban en el orden común del día a día y cuando algo me dolía, me enfadaba o me molestaba, cualquier tipo de manifestación considerada como “negativa” era motivo de mayor negatividad por su parte. Un cuadro, vaya. Por hacer el resumen corto, mi infancia no fue la más amorosa y las secuelas de ello las estoy aún trabajando, siendo muy consciente de que, al final, todo en lo que me ha repercutido el no recibir esa sensación tan primaria cuando más vulnerable era, es en no ser capaz de crearla por mí misma, de aceptarla por parte de un otro, y mucho menos, de considerarla como una necesidad en la que yo tendría que trabajar. Vamos, que sigo con el cuadernillo Rubio de repaso en esa temática, pero es algo precioso en este momento de la vida, en el que mi libertad, mi independencia y todo lo que me esfuerce o quiera proyectar en mi realidad me llevan a acercarme más a esa sensación. No ha sido fácil, pero está siendo y eso es más que de agradecer.
Hay personas que nunca conocerán el amor, que nunca desarrollarán esa necesidad, que nunca sabrán cómo abordarlo cuando aparezca y que probablemente nunca sean capaces de disfrutarlo, de mantenerlo, ni de replantearse que esa sensación esencial tienen que atravesarla, o mejor dicho, tienen que, por ella, dejarse totalmente atravesar.
Mi mayor símbolo de amor se manifestó por primera vez en mi primera relación de pareja, imaginad si necesitaba sentirlo que durante nueve años estuvimos de la mano sin soltarnos ni un minúsculo momento. Crecimos, descubrimos, nos besamos por primera vez, salimos al mundo, nos revelamos, nos proclamamos un partido independientemente unido y así decidimos compartir mucho tiempo, 283 millones de segundos, creedme, son muchísimos. En ese viaje y con esa persona empecé a desarrollar la capacidad de amar que yo siempre había tenido (muy en mi interior), pero que me costaba saber a quién podérsela confiar. Además, aprendí a que me quisieran, aprendí a ser importante para alguien, a estar en la vida de alguien, a que alguien decida que soy una prioridad y a que me tengan en cuenta. Para nosotros el amor se desarrolló natural; decidimos construir sin darnos cuenta un equipo fuerte y seguro que dejó pasar muchas otras cosas con tal de no soltar esa alianza absoluta inicial.
Y como toda historia, poco a poco llegó a su desenlace, yo en ese momento no sabía muy bien qué era lo que estaba pasando, pero ahora en perspectiva entiendo que los caminos a veces se necesitan, indudablemente, separar. Dejan de construirse, se estancan y porque simplemente empiezan a ser caminos en los que en su día decidiste dar pasos y cuando la vida pasa te das cuenta de que quizás ya no eliges estar en ellos más. Me costó poner esa conclusión sobre la mesa, fue doloroso y de hecho creo que será siempre una cajita con candado que no molesta, pero que tampoco es agradable de conservar.
Aún así, lo logré transformar y aprendí, gracias a él, a amar, sobre todo, fui capaz de amar hasta lo que ya sabía que de esa forma para mí no podía ser más.
Lo que desconocía era que después de una historia como esa yo volvería a poderme enamorar. Y lo hice, y vaya si lo hice.
No voy a adelantar mucho porque me tomé la molestia de escribir de lo mal que lo pasé y darle forma de libro, que seguro que muchas leeréis y sentiréis como vuestra propia vivencia, pero que en su día fue mi mayor puñal. Un año, 4 estaciones, suficiente tiempo como para dejar caer de mí las lágrimas más sólidas que haya podido dejar ir. Me obsesioné, creo que más que a querer, aprendí a admirar, y me gustaba tanto, me reía tanto, me divertía tanto, que poco a poco me perdí hasta tal punto de no tener una noción de mí si la otra persona no estaba a mi alrededor. De nuevo me demostré que podía amar, más que amar, pude haberme perdido amando, pero el camino quiso también cambiar su rumbo, y dejamos de darnos la mano aunque la mía se quedara siempre esperando a que la suya le volviera a agarrar. No pasó, ya os lo adelanto, y mientras tanto decidí que sería un buen motivo para buscar rutas totalmente distintas en cualquier otro lado. Me fui lejos, me fui tiempo y experimenté por primera vez lo que se siente cuando tienes un amor tan inmenso para dar, y, a la vez un vacío tan enorme para completar.
Me costó, pero después de kilómetros, aventuras, personas, una plaga de piojos, vivir en la selva, que se cayera un árbol en mi casa, de quedarme sin ideas, probar muchas cosas nuevas y millones de excusas más, esa historia por fin la pude cerrar. Luché, fue la primera vez que empecé una lucha contra mí misma y la acabé con un bonito lazo blanco que necesitaba poderme brindar.
Y como toda historia, tiene un desenlace que esta vez me abrió a un camino del que desde entonces no he dejado de andar.
La historia de amor más importante de mi vida ha empezado después de haber pasado esas y algunas otras más. En el fondo de mí era imposible que pudiera conectar de nuevo con alguien, sin embargo, las conexiones se daban solas, espontáneas, diversas, alocadas. Seguían siendo el motor al que me aferraba cuando quería despistarme de mi caminito aún sin abonar, lleno de hierbajos, piedras y sobre el que reposaba un cielo nublado que no dejaba ver más allá. He querido siempre tanto, que no me estaba dando cuenta de que esa era justo la razón por la que no necesitaría esforzarme en ver si yo era realmente capaz de quererme a mí de verdad. Os adelanto la respuesta: nunca hasta hace bien poco había sentido que esa fuera una necesidad.
A quererse una también aprende, y ojalá todas las personas que aún están dispuestas a aprender, estén igual de dispuestas a preguntarse si a ellas mismas se quieren o se dejan querer y eso les distrae de lo fundamental.
Hace poco conocí a alguien con quien compartí mi tiempo, y esta vez se ha sentido muy diferente, y es que antes de volver a amar sin frenos, esa persona me enseñó con sus pasos discretos y controlados su forma de amar. No lo veo así aún, pero creo que escribirlo me ayudará también a cambiar mi mentalidad. Él fue aire fresco, demasiado me atrevería a recalcar, y a la vez la mezcla entre la calidez y la distancia necesaria para que yo pudiera seguir sintiendo ese vacío que tenía conmigo misma sin solucionar. Hemos compartido muy presentes, nos hemos mirado con mucha curiosidad, he aprendido a detectar cuando alguien me gusta, y creedme que él es de las primeras personas de las que después de todo me he dado cuenta de que sí, me gustaba en su totalidad. Digamos que podría haber sido la siguiente historia de la que ahora podrías esperar un final, pero esta vez no lo es; de hecho esta vez ya no va a haber una historia que cerrar. Esa vivencia forma ya parte de mí, a veces no basta con ir paso a paso con alguien, con que te guste lo que ves y lo que sientes, a veces hay de serie dos piezas en el engranaje de cada uno que siento decirte que será imposible poder recolocar. Podríais vivir con ese desajuste, y seguramente seríais felices a tiempo completo, pero nunca te sentirás plena de verdad. Tu tiempo inconsciente destinaría un ratito antinatural a intentarle o intentarte encajar.
Y eso me pasó, y yo con tristeza y algunos kilómetros de distancia he sabido colocar todo esto en algo que podría siempre haber sido, pero que nunca será tal y como yo espero que alguien camine conmigo a cualquier lugar.
Desde esto último me he dado cuenta de que hay historias que van en cajas de mudanza, otras van en guiones, algunas se dejarán caer en pequeñas notas y esbozos, otras serán siempre grandes sorpresas para quien nunca hubiera esperado que eso pudiera pasar. Están las que siempre se mantendrán vivas pese a estar alejadas, y las que por mucho que pasen los años, seguirán queriéndose intentar, pero desde hace poco tiempo he vuelto a caer en el que sin duda va a ser el amor del que nunca seré capaz de escribir un final
Querida Laura, querida yo, y querida tú que me estás leyendo, nunca olvides que las flores tardan en crecer, que las lágrimas tendrán que caer tras cuatro o cinco primaveras más, que las canciones siempre te recordarán a lo que sea que con ellas decidiste armonizar, que la vida siempre podrás compartirla, pausarla, rehacerla, una y veintinueve veces más.
Pero que no se te olvide,
la historia de amor de tu vida te está pasando ya,
en cada pensamiento que das,
en cada vez que decides hacer o decir,
en cada momento en el que eliges que eres la prioridad.
Enamórate de ti y lo demás ya vendrá.
Increíble texto, muy identificada siempre contigo. Un abrazo fuerte ❤️