Era una tarde cualquiera en Calle de la Verónica, y no sé bien a quién se le debió ocurrir la idea, pero Lola, Ire y yo decidimos que era el momento para ir a que nos leyeran las cartas. Hacía tiempo que pasábamos por ese sitio del que colgaba un cartel que decía “Lectura de Tarot; 1€ por minuto” y, por supuesto, el claim nos pareció lo suficientemente impactante como para asistir a la cita. Ellas estaban algo más escépticas, pero a mí estas cosas siempre me generan un grado minúsculo de adrenalina. Me hace gracia cómo la gente saca este tema de conversación, pongamos que en una cita, donde al contar que eres profe de Yoga de repente el diálogo se bifurca; “Ah, ¿y tú crees en eso de los signos?”. Me pregunto qué tipo de prejuicio debe haber tras las múltiples respuestas a esa pregunta.
Para empezar, me parece torpe que la forma en la que alguien quiera saber información sobre tu postura sobre el tema comience con la cuestión de; “¿crees en..?”. Eso demuestra que, nivel de conocimiento sobre la materia = 0.
¿Creer en los signos? ¿Creer en que mi vida y mi persona están condicionadas por lo que leo en la revista Hola de vez en cuando sobre mi horóscopo? I mean, me molesta. Por supuesto que ese tema me genera curiosidad y capta toda mi atención, no porque sea una presa emocionalmente fácil, pero sí porque en base a todas las experiencias que he ido teniendo en relación a eso (que han sido unas cuantas), la mayoría tienen todo el sentido del mundo con mi trayectoria de vida.
Lejos de lo que mucha gente pueda pensar, la astrología no es la ciencia que te dice lo que mañana te va a pasar. En mi caso, me ayuda a entender ciertos patrones que quizás han sido constantes en mi vida, me ayuda a entender si hay alguna relación con mi personalidad, con cómo viví “x” circunstancias en el pasado y con cómo puede que el futuro se presente en base a la situación que ahora estoy atravesando.
Imagino que esa es la justificación que toda persona que cree en algo debe usar, aún así, yo no lo hago. Yo invito a que la gente lo pruebe y lo experimente, luego ya…
Rollos aparte, aquella tarde en Madrid las tres sabíamos sobre el contexto y la forma de ser de cada una, así que entramos juntas a la sala para presenciar lo que sea que esa mujer fuera a decirnos a cada una. Qué mejores críticas y juezas que tus amigas para darte una dosis enorme de realidad al respecto.
En cuanto a mí, recuerdo que incidió en varios aspectos sobre mi rumbo, mi persona y sobre mis proyectos, y ya casi al final de la sesión, me habló del amor.
-Laura, tú vas a estar siempre rodeada de amor, pero la persona que realmente te acompañe en tu vida tiene que formar parte de tu camino, sea cual sea el lugar.
Ahí entendí varias cosas: la primera es que claramente es complicado conectar con personas a día de hoy, eso como base. La segunda, que si ya es complicado, imagínate teniendo las cosas claras contigo misma, eso dificulta que cualquier persona nueva pueda entrar en la sala de la intimidad. La tercera, que la cosa estaba chunga. La mayoría de personas que había conocido a lo largo de mi vida eran personas que nada tenían que ver con la definición de la pitonisa. Y ojo, de nada me arrepiento porque, como a mí me gusta llamarlo, esos capítulos de amor son muy enriquecedores y te llenan de una forma muy especial el tiempo en el que duran. Sin embargo, desde hace un tiempo, mi mantra se ha convertido en todo lo contrario. Es curioso porque de algún modo siempre he tenido ese anhelo de compartir mis experiencias con alguien, imagino que será la costumbre, pero a la vez, en cuanto pienso en cómo serían estas experiencias estando con algunas de las personas con las que ya he compartido, automáticamente me alegro de que ellas no estén ya aquí.
Después de eso, he intentado que mis anhelos se canalicen con otras formas de amor, y debo decir que se me está dando bastante bien. Suena obvia la idea de no tener que estar con alguien para sentir ese amor fraternal, hay mil cosas en las que podemos volcar nuestro cariño: en amistades, en un propósito, en todas las cosas bonitas y generosas que hacemos por nosotras, en cuidar a alguien que lo necesite, en escribir un libro, en comprarte unas cuantas plantas y regarlas, en lo que sea. Pero, amigas, el amor que te da las buenas noches todos los días, ese es otro tema.
Últimamente no paro de ser bombardeada con contenido que en redes muestra, o bien, parejas idílicas showing up their love, o bebés de parejas idílicas que han materialized their love. Y creo que, it’s enough.
No me malinterpretéis, me encanta verlo y, de hecho, ayer me dormí llorando mientras veía un vídeo sobre una chica leyendo en la boda de su hermano- amo, soy la más romántica ever, pero suficiente.- Puede que esta, como definirla… esta antipática sensación ante todas esas cosas bonitas tenga que ver con que yo no las esté experimentando.
Aham, puede que sea justo eso y que a veces se confunda la realidad diferente a la del otro con una dosis de pequeña envidia.
No hay cosa que más me perturbe que esto último, la envidia, de hecho, diría que no estoy familiarizada con esa sensación que nada bueno aporta, pero sí que inevitablemente, al no tener envidia, lo que de repente aparece es la culpa. Existe una fina línea que separa el querer tener lo del otro con el juicio hacia ti misma por no estar viviendo eso que ves y que a ti también te gustaría. Nos pasa a todas, somos humanas, vemos y consumimos, tenemos acceso a vidas ajenas y, por supuesto, somos conscientes de la nuestra propia. Sin embargo, llega un momento en blanco en el que perdemos la noción de lo que estamos viviendo, de a dónde vamos y de lo que sea que estemos experimentando y simplemente somos capaces de compararnos. Sin pensar en que nuestras bases no son las mismas, sin pensar en que lo del otro tiene otra circunstancia muy diferente a la mía, casi que sin dejarnos pensar que puede que eso que vemos sea un performance sobre una vida quizás algo vacía.
La envidia nos envenena, la culpa nos castiga y la comparación deja de tener sentido por el simple hecho de provocarnos sentimientos que nada tienen que ver con la realidad de nuestras vidas.
Estoy en Sri Lanka, despertándome a las 07 de la mañana porque me da la gana, entrenando y pasando el tiempo que quiero en el gimnasio, bailando en la ducha, comiendo en un café todos los días como si fuera rica, dedicándole tiempo al Sol y a pensar en los siguientes viajes y experiencias que organizo de repente con personas increíbles, hablando con amigas por teléfono durante horas, compartiendo nuestras aventuras, planificando en qué lugar exótico pasaré el mes de agosto, buscando qué vestido llevaré en la boda de septiembre, fantaseando con pasar la Noche Vieja en mi sitio favorito del planeta, echando mucho de menos a Aina, preocupándome porque la ropa que he tendido esté plenamente expuesta al calor del día de hoy y sentada en mi habitación con el aire a 22 en una cama King en la que quepo de todas las formas posibles.
Si mi realidad no puede ser más conscientemente elegida, ¿cómo narices voy a sentir yo envidia?
Pues bueno, a veces pasa y es inevitable, pero puede que eso tenga que ver con otras cosas como, por ejemplo, perder el foco de lo que ahora se está reproduciendo en este momento de tu película. Tranquila, porque el film es largo, y todo llega como si estuviera ya guionizado, pero si pones la atención en aquello que ahora nada tiene que ver con lo que se reproduce, la envidia del futuro dejará un vacío en lo que será ya tu pasado.
Me ha costado tiempo darle permiso a esa parte de mí tan femenina y romántica. Puede que porque durante la mayor parte de mi vida la haya rechazado o anulado, a base de mostrarme fuerte y todopoderosa (que no deja de ser real), pero incluso las torres más altas lloran. En mi caso, la culpa también se acercaba cuando mi fortaleza por un instante flaqueaba y de ahí a que a veces me siga sintiendo en conflicto cuando elijo ser querida, pero a la vez me abruma que haya otra persona por la que tenga que deshacer mi destino. Cuando pienso en lo bonito que sería volver a compartir mis debilidades con alguien y de repente me muestro perfecta e impoluta para cualquier persona que se acerque desinteresadamente a hablar conmigo. Cuando veo que tengo todo lo que quiero, lo hago y todo lo que vivo lo elijo, pero a la vez no dejo espacio ni doy pasos para permitir que alguien lo disfrute también conmigo.
No hace mucho un ser me dijo que el camino del héroe a veces es muy solitario, a lo que yo me quedé reflexionando… Espero que el otro héroe que, como yo, esté caminándolo, a esa frase tampoco le encuentre el sentido.
Como siempre, bellísimo.